domenica 4 aprile 2010

cuento fronterizo

Les contaré que ayer estaba en la frontera con Panamá haciendo la cola para timbrar el pasaporte. 

Estaba en medio de la nada absoluta, en la pobreza extrema, seas de los hombres que de la naturaleza. Me dividía desde Costa Rica un río sucio y un puente de madera de 200 metros de largo del siglo de la pipa, donde pasaban camiones de enormes dimensiones y gente de a pié de varios Países del Mundo que no osábamos mirar para abajo ya que por lo contrario no íbamos a dar un paso más hacia delante de tan terrorífico se veía aquello. 

Al rededor polvo y hambre y perros sarnosos y caras de militares de fronteras estilo panameño que lo miraban a uno con ojos de perros fronterizos encabronados, las únicas diversiones eran las tiendas panamericanas llenas de pacotilla china, norteafricana y canadiense, americanadas, como les decimos nosotros los sicilianos... 

Mientras estaba en cola se me acercó un niño pidiéndome la caridad, era un niño cholo, como le dicen aquí a los indios, de seis años de edad, muy simpático y insistente en sus plegarias, le dije que en la vida uno no debería nunca degradarse pidiendo la caridad, me miró sorprendido, pasamos un ratito untos. Nos reímos muchísimo y nos hicimos amigos, se llama Julio... 

Después nos perdimos de vista y al rato lo vi de lejos en medio a una multitud de gente, en las manos tenia una caja de madera, de esa con lo necesario para limpiar zapatos, lo llamé a voz alta, Julio, Julio, en medio de la muchedumbre, cuando me vio se precipitó corriendo hacia mi con una sonrisa a todos dientes, nos abrazamos y me dijo: ¿ves? seguí tu consejo, pero toda la gente tiene chancletas o zapatos de tenis, lo que funciona es que aunque no les limpio nada me dan dinero. ¿Es eso pedir la caridad? 

Le contesté que quedaba demostrado que a no ser patéticos se gana más, y el me dijo que era cierto, ya que ese fue el día en que ganó más dinero que nunca. 

Nos saludamos como dos compadres de toda la vida y se fue corriendo feliz hacia su destino y yo me quedé fascinada mirándolo y quedándome en el mio... fue extraordinario ver como un niño tan pequeño cargaba con descomunal alegría la injusticia de los hombres adultos. 

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